Homilià | 18 Septiembre - Clausura del Capitulo General Ordinario 2025
Prior General Joseph L. Farrell
Al reunirnos para celebrar la Eucaristía de clausura del Capítulo General Ordinario de 2025.

HOMILÍA DEL JUEVES 18 DE SEPTIEMBRE DE 2025
CLAUSURA DEL CAPÍTULO GENERAL ORDINARIO 2025
Queridos hermanos:
Al reunirnos para celebrar la Eucaristía de clausura del Capítulo General Ordinario de 2025, las lecturas de hoy nos ofrecen desafíos y nos dan ánimos. Si prestamos mucha atención a lo que hemos escuchado en la Carta a Timoteo, podemos ver el verdadero desafío que Timoteo recibe. Se le indica: «Cuida de ti mismo y de tu enseñanza; persevera en ambas tareas, porque al hacerlo salvarás tanto a ti mismo como a los que te escuchan». A Timoteo se le recordó la importancia de perseverar. Se le pidió que perseverara en prestar atención a lo que ocurre en lo más profundo de su corazón y su alma, y que perseverara en responder a la necesidad de atender lo que está llamado a realizar en su ministerio. Ambas cosas son importantes y ambas requieren atención. Como hijos de Agustín, estamos llamados a hacer espacio para el silencio y la reflexión en nuestras vidas. Nuestras vidas pueden llegar a ser muy ajetreadas y, a veces, incluso frenéticas. Por contradictorio que pueda parecer, es precisamente en esos momentos de mayor ajetreo cuando necesitamos reducir la velocidad y detenernos. Sé que no tiene sentido, pero es lo que funciona. Recuerdo cuando mi padre me enseñaba a conducir un automóvil en una camino resbaladizo: cuando te deslizas en una dirección que no deseas, primero debes girar el volante en esa misma dirección para recuperar el control del coche. Contradictorio... pero funciona. Lo mismo ocurre en esos momentos en los que sentimos que estamos perdiendo el control: centrar nuestra atención en el silencio tranquilo de la reflexión es lo que nos da la capacidad de reorientarnos en la dirección correcta.
Esto requiere trabajar para crear equilibrio en nuestras vidas. Sabemos que no siempre es fácil mantener el equilibrio entre nuestro lado contemplativo interior y el lado activo del ministerio. Estamos llamados a responder a los gritos de los pobres de nuestro mundo, y estamos llamados a atender la morada interior del Espíritu dentro de nosotros. El reto aquí es buscar el equilibrio. Algunos días puede que te sientas como un acróbata de circo caminando por la cuerda floja. Para buscar el equilibrio, el acróbata debe encontrar el equilibrio en su interior. Encontrar el equilibrio, el equilibrio interior, es lo que hace posible que el acróbata alcance la meta de llegar al otro lado. En La ciudad de Dios, Agustín nos recuerda: «Nadie debe estar tan completamente ocioso que en su ocio no piense en servir a su prójimo, ni nadie debe estar tan completamente activo que no deje espacio para la contemplación de Dios». (La ciudad de Dios IX, 19).
Las Escrituras no nos dejan sin una guía que nos ayude en este camino en el que a veces hay que caminar por la delgada línea que separa el equilibrio entre las realidades internas y externas de nuestra vida agustiniana. Hace unos momentos hemos oído hablar de una lista de control que puede sernos útil: Timoteo fue exhortado a «dar ejemplo a los creyentes», y luego se le proporcionó esta lista de control: «en el hablar, en la conducta, en el amor, en la fe y en la pureza». Si utilizamos esta lista como una especie de examen de conciencia diario, estaremos en camino de vivir como auténticos ministros de los votos que profesamos. Estamos llamados a ser testigos fieles de los votos de pobreza, castidad y obediencia que profesamos.
Debemos prestar la debida atención y cuidado a cómo vivimos nuestras vidas. Animo a todos a dedicar tiempo cada día a examinar nuestras vidas. Somos conscientes de lo que puede suceder cuando empezamos a descuidar una planta que depende de nosotros para regarla. La planta acaba debilitándose y marchitándose. Lo mismo ocurre con nuestras vidas. No descuidemos la debida atención que debemos prestar a nuestras almas, a nuestro castillo interior, del que Santa Teresa de Ávila escribió de modo tan maravilloso.
Cuando descuidamos lo que ocurre en nuestro interior, nuestra vida exterior se vuelve débil y frágil. Somos más propensos a desviarnos del camino deseado hacia Dios. Cuando nos volvemos frágiles en espíritu, es entonces cuando el lenguaje se vuelve ofensivo, la conducta se vuelve divisiva, el amor se vuelve posesivo, la fe se debilita y la pureza se mancha. Ser auténticos con nuestros votos y alegres en nuestra oración y ministerio como agustinos es la respuesta para vivir nuestra vocación. Sabemos que todo esto no depende de nosotros. Es el don de la gracia de Dios lo que nos permite ser fieles a la llamada que hemos recibido. El papa León XIV nos recordó en el encuentro tan especial que compartimos con él durante nuestro Capítulo que «el don inefable de la caridad divina es lo que debemos buscar si queremos vivir nuestra vida comunitaria y nuestra actividad apostólica al máximo».
Cuando nuestro interior se fortalece y se nutre del amor divino, es más fácil responder al clamor del mundo que nos rodea. Cuando nos encontramos con nuestras hermanas y hermanos en el ministerio, nos encontramos con Cristo. El Evangelio de hoy nos invita a un encuentro con Cristo lleno de gran significado. La mujer que se acerca a Jesús después de que él entrara en la casa del fariseo es consciente de su propio pecado y viene a ser perdonada a través de un encuentro con el Hijo de Dios. Sus lágrimas proporcionan el agua para lavar los pies de un hombre que era un misionero que llevaba la Buena Nueva del Reino de Dios al mundo que le rodeaba. A continuación, utiliza su cabello para secar los pies de aquel que está empapado por las lágrimas de quienes sufren las tragedias de la guerra, la violencia y la injusticia. Y luego, para añadir aún más significado a este encuentro, comienza a ungir al ungido, al Cristo. Su encuentro con Jesús fue un encuentro con el Cristo total y eso cambió su vida. En el Sermón 49 sobre el Nuevo Testamento, San Agustín compartió con los fieles que le escuchaban que la mujer «se acercó al Señor en su impureza, para poder volver limpia; se acercó enferma, para poder volver sana; se acercó a Él, confesándose, para poder volver profesándole».
Hoy cerramos las deliberaciones de nuestro Capítulo General Ordinario, pero sabemos que el trabajo continúa. De hecho, muchos de nosotros ya estamos pensando en todo lo que hay que hacer para abordar las prioridades que hemos destacado a lo largo de estas semanas que hemos pasado juntos. Sin embargo, no nos precipitamos a ponernos manos a la obra, porque valoramos la necesidad de alimentarnos durante el camino. Por eso estamos aquí, ante el altar, para alimentarnos del cuerpo y la sangre de Cristo. El que fue encontrado, lavado y ungido por la mujer penitente en la casa del fariseo.
Un capítulo de la historia de quiénes somos, como miembros de la Orden de San Agustín, en este momento está llegando a su fin. Nuevos capítulos nos esperan para ver cómo continúa la historia. Recordemos siempre perseverar en el cuidado de nuestra vida interior, en los votos que profesamos vivir como agustinos y en la dedicación al servicio de Cristo a través de nuestras hermanas y hermanos.